El próximo jueves, 24 de enero, proyectamos en la Casa Municipal de Cultura “El Havre”, de Aki Kaurismäki (de quien en su día ya programamos “Un hombre sin pasado”), en sesiones de 6 y 8´30 de la tarde, con la localidad a 3´50 euros.
Adjuntamos la sinopsis de la película facilitada por la distribuidora, el comentario de Raquel Sáenz de Buruaga que editaremos como ficha, y una reproducción del cartel.
Un abrazo, y hasta el jueves.
Guión: Aki Kaurismäki
Interpretes: André Wilms, Katy Outinen, Jean-Pierre Darroussin, Blondin Miguel
Finlandia, 2011 - 93 min.
Todos los Públicos
Marcel Marx, escritor y bohemio empedernido, se ha autoexiliado en la ciudad de El Havre, donde siente que está más cerca de la gente después de adoptar el honrado, aunque no muy provechoso, oficio de limpiabotas. Ha enterrado el sueño de convertirse en un reconocido autor y vive felizmente... Pero el destino hace que se cruce con un emigrante menor de edad llegado del Africa negra.
¡Al infierno la maldita almendra!
"Comencé a escribir y salió un
cuento de hadas descaradamente optimista". Kaurismäki dixit. Pero El
Havre es una almendra garrapiñada que sólo después de digerirla, incluso
algunos días después, transmite el amargor del fruto seco dañado (excepto a
aquellos estómagos descaradamente optimistas).
Aki Kaurismäki es uno de esos cineastas con un estilo
personal y fácilmente identificable. El laconismo de sus personajes o el ritmo
pausado de su narración son algunos de sus rasgos. Aunque sea finlandés y la
producción franco-escandinava, El Havre es una película francesa por los
cuatro costados. Un continuo homenaje al cine francés de décadas atrás.
Cuando asistimos a las primeras secuencias diríamos
-por la ropa, los coches, la decoración de interiores- que la acción se sitúa
en los años 70. No obstante esta engañosa estética retro, al avanzar el
relato descubrimos que estamos al principio del siglo XXI.
En el año 2009, el paso de Calais, al norte de
Francia, fue noticia en todo el mundo. Una multitud de iraquíes,
sudaneses, kurdos, somalíes, nigerianos y afganos llegados clandestinamente
hasta Francia, esperaban poder salir hacia el Reino Unido. La concentración de
inmigrantes en campamentos improvisados fue bautizada como "la Jungla de
Calais". Los problemas de hacinamiento, insalubridad y violencia motivaron
un polémico desalojo por parte del gobierno de Sarkozy. En este tiempo y en
este espacio se ubica el cuento. Sus protagonistas son gentes humildes, con una
economía de subsistencia y un nivel de dignidad que subiría la media del PIB,
si se contabilizara como se cuenta en Bután la felicidad. De sus labios salen
frases con un sentido del humor entre lo naïf y lo absurdo, pero con más
carne de lo que parece. Nuestro irredento director manifiestaba en una
entrevista que "las personas sacan lo mejor de sí cuando todo va
mal", pero, paradójicamente, continúa con un "¡al infierno el
realismo!". La dichosa almendra andaba merodeando....
Marcel (André Wilms) soporta con buen ánimo la
precariedad que le ha tocado vivir gracias al amor que siente hacia su mujer,
Arletty (Kati Outinen). En la convivencia entre ambos tienen asignados,
aparentemente, los papeles tradicionales. Por ejemplo, cuando Marcel no puede
pagar en el bar comenta: "No le hables de mis deudas a mi mujer. Aún soy
quien manda en casa". Dos acontecimientos alteran la rutina de sus vidas:
la aparición de Iddrisa, un muchacho africano, y la irrupción de la enfermedad.
La historia avanza de una manera depurada; perfecta la arquitectura del guión,
lo conciso de los diálogos, el empleo de las elipsis. Parece una historia
sencilla, sin más. Como en todo cuento que se precie, es necesaria la
existencia de un malo que estimule la tensión narrativa. Kaurismäki ha elegido
al actor fetiche de Truffaut, ¡Jean Pierre Leaud!
Tal vez, por esa falsa simplicidad, a algunos El
Havre les pueda parecer solamente una película agradable, de las que
proporcionan un estado placentero que nos acompañará hasta que lleguemos
a casa. Pero quien tenga la oportunidad de repetir su visionado disfrutará
todavía más, porque apreciará su mecanismo interior y confirmará que estamos
ante una joya que no pretende brillar, sino ser guardada discretamente en el
frasco de las películas garrapiñadas.
Raquel Sáenz de Buruaga
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